Todos los lunes me hago un análisis de sangre para chequear si estoy anémica. La agujas ya no me impresionan, le pongo el brazo a cualquiera (Y no es una metáfora), lo mismo la vagina, veo un ambo del color que sea y ya me estoy bajando los pantalones. Mis amigas comentaban que durante sus embarazos les sucedía más o menos lo mismo, que se terminan acostumbrando a quedarse en pelotas y a que le metan dedos por ahí.
El lunes pasado después de la extracción, la enfermera me dio una ficha para la máquina de café. Estaba yo sentada tomando un mocacchino latte (Lujos que me doy en una dieta restringida) cuando aparece un señor, de unos 50/55 años vestido con un traje gris. Se detiene en una silla delante mío, baja la valija y abre el sobre con mucha delicadeza. Lee el resultado del estudio, me mira y dice: “Estoy curado”. Todavía se me llenan los ojos de lágrimas al recordarlo. “Yo tenía cáncer de próstata, el valor era de 11, por debajo de 4 estoy curado y acá dice 2,80”. Y me entrega el papel. Yo no sabía a qué valores el señor se refería, pero miro el papel y a pesar de mí incipiente presbicia leo y le anuncio triunfante: “No señor, acá dice 2,69!”
El hombre me pregunta por qué estoy yo
allí. Le cuento de mi cáncer de útero. “Vas a esta bien" me dice, "en el hospital en el
que yo me traté nos curamos todos. Yo no
valoré nunca la salud hasta este momento.”
Yo tampoco. Cada vez que se me presentaba la oportunidad de
pedir tres deseos pensaba rápidamente: salud, dinero y amor, pero lo que
realmente me importaba era lo segundo y lo tercero, que a la salud la daba por
descontada. En realidad, lo que hice durante toda mi vida adulta es trabajar
como una bestia. Como no puedo dejar de ser quien soy en cuatro meses, decidí
tomarme la sanación como un trabajo. Que al fin y al cabo es lo que mejor me ha
salido siempre.
Me terminé el café y salimos juntos a la calle. El me abrió
la puerta. Yo me despedí diciéndole: “Adiós, que tenga una buena vida”. Y caminé
hasta el subte feliz, conmovida y esperanzada por la aparición del hombre del
traje gris.
pequeños milagros, pero hay muchos
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